Figura imprescindible del cine de nuestro país, Fernando Martín Peña es multifacético: crítico, docente, historiador, coleccionista, presentador. Alguien que hizo del cine su gran amor. Un cinéfilo argentino seguro lo conoce, de la televisión o de alguna de las funciones de su propia colección de películas que ha presentado en lugares como el Malba, la ENERC, Hasta Trilce, o por sus pasos como director artístico del BAFICI y del Festival de Cine de Mar del Plata. Es también quien se ha hecho cargo de un trabajo que corresponde al Estado: cuidar nuestro patrimonio audiovisual. Una persona que puso su esfuerzo y siempre alzó la voz y trabajó en pos de que se creen políticas que ayuden a preservar y a difundir nuestro cine, ya que Argentina no posee una institución oficial que se encargue de su conservación.
La vida a oscuras, un documental de Enrique Bellande que tuvo su estreno hace unos meses en el BAFICI, retrata de manera modesta e intimista el trabajo que Peña realiza de manera cotidiana. Como coleccionista, también hay algo de fetiche, del tacto, del aroma, detalles que logran traspasar la pantalla, pero sobre todo de ritual en ese colocar el rollo de una película en el proyector. “El conocido apotegma de la Filmoteca «Nunca hay que tirar nada» se complementa con otro no menos acuciante: «Hay que ver todo». Es decir, no se puede mandar algo al archivo sin procesarlo adecuadamente. Da un trabajo bárbaro, claro, pero vale la pena, porque se abre el mundo. Al menos para los que percibimos mejor el mundo cuando se presenta mediatizado por el cine”, explica el propio Peña en su reciente libro Diario de Filmoteca, editado por Blatt y Ríos, que se complementa a la perfección con la película porque son dos maneras de acceder a un trabajo singular y meticuloso, en este caso con una especie de bitácora con anécdotas, hallazgos y observaciones alrededor de él.
Bellande sigue a lo largo de varios años a Peña y lo observa en su ir y venir entre su casa devenida en depósito de rollos, las proyecciones que brinda a cinéfilos y curiosos ávidos de descubrir lo que aún no vio, los programas de Filmoteca que pronto pueden levantar, y los lugares desde donde lo llaman para recoger aquel tesoro que para otro se convirtió en basura. Es entonces no un documental sobre la figura de Peña específicamente sino sobre su imprescindible labor, una labor que implica mucho amor y cuidado.
Desde un registro observacional y sin inmiscuirse, Bellande filma a Peña en su salsa. Un hombre que solo puede ver algo si es en fílmico o que piensa en cine incluso a la hora de un posible final de su querido programa en televisión que le permite difundir películas en la televisión pública. El corazón de la película no radica en lo solitario y laborioso que resulta un trabajo que hacen pocas personas, sino que estamos ante alguien que siempre está dispuesto a abrir una puerta más cada vez que una se le cierra sin desmoralizarse. Estamos así ante un bello homenaje sobre quien ha dedicado su vida al cine, se ha entregado a él y de alguna forma se ha convertido en sinónimo suyo; es entonces también un homenaje al cine y una llamada de atención sobre la necesidad de políticas para la restauración y divulgación de nuestro patrimonio cinematográfico.
Como no podía ser de otra manera, la película puede verse actualmente en la sala del cine que Peña dirige desde 2002: el MALBA en los restantes sábados de julio.