Ocho películas acerca de la noción del tiempo

Elemento intangible y relativo que parece dominar nuestras vidas. Esta época–que seguramente en un comienzo nadie previó que fuese tan extensa- nos mantiene quietos en un solo lugar. Observamos y reflexionamos sobre quiénes somos, quiénes fuimos y sobre todo quiénes queremos ser. Mi manera de hacerlo es a través de estas historias. Ocho películas en tiempos de aislamiento.


Hiroshima, mon amour (1959). La película de Alain Resnais escrita por Marguerite Duras es una historia de amor conformada por la memoria y los recuerdos. Un collage de conversaciones entre dos extraños que se encuentran y se quedan por aquellas cosas que cada uno le trae al otro de historias pasadas. Lo que parece un encuentro casual entre amantes se termina convirtiendo en una especie de ensayo compuesto como una sumatoria de reflexiones que reflejan el horror del olvido. Con el tiempo, ¿qué recuerdos permanecen?, ¿cuáles inventamos o deformamos a nuestro gusto? Al final, ¿somos los paisajes que vimos o el dolor que sufrimos? La pluma de Duras nos enfrenta a esas contradicciones: “Me estás destruyendo. Me hacés bien.”

Paris, Texas (1984). La obra maestra de Wim Wenders tiene como protagonista a Harry Dean Stanton como un hombre que anda a la deriva por el desierto sin recordar quién fue. Pero en ese camino se va topando con pistas, con personas. Con algo del libro Crónicas de motel de Sam Shepard (quien además escribe el guión), se reconstruye la historia de un hombre que necesita rehacer su vida, que nunca habla, que parece ajeno a todo, que algunos podrían tildar de loco cuando carga una enorme sensación de pérdida. Es la historia de un viaje a través de senderos áridos y lugares salidos de una pintura de Hopper que deriva en un reencuentro y una transformación. Tiempo al tiempo, porque hay heridas que tardan demasiado en cicatrizar. 

Velvet Goldmine (1998). Todd Haynes retrata mucho más que lo que a simple vista es la historia ficcionalizada de David Bowie y su rápido ascenso durante la fascinante época del glam rock. Esta película es una fábula cargada de buena música, glitter y frases de Oscar Wilde. Y es también la historia de un periodista al que un trabajo por encargo lo enfrenta con la persona que fue: con un adolescente que en pleno despertar sexual se descubre a través de la corriente que domina la época. Es entonces un descubrimiento y un redescubrimiento. ¿Cuánto de aquella persona quedó? ¿Cuánto fue real y cuánto ficción? ¿Qué hacemos con las máscaras que utilizamos a lo largo de nuestras vidas? Una película maravillosa que debe ser vista a todo volumen.

Lost in translation (2003). Sofia Coppola reúne a dos generaciones en sus protagonistas: el actor que parece acabado como resignado a filmar extravagantes publicidades y la joven novia de un fotógrafo que no le presta demasiada atención y la deja dando vueltas en un país extranjero. Dos soledades que se encuentran en medio de esa noche japonesa que, a veces parece un limbo, entre rituales de otra cultura y un idioma que no comprenden. Pero antes que eso no son más que el choque entre la persona que vivió demasiado y de aquella que espera algo más de la vida. Ella quiere saber si en algún momento las cosas se vuelven más fáciles y él le contesta que no, en medio de una de esas conversaciones que uno sólo puede tener con un extraño. Al final, sólo resta disfrutar de lo que hay, de las conexiones que se crean con unas pocas determinadas personas y quedarnos con ese susurro que, entre lágrimas, nos regalan una sonrisa.

Only lovers left alive (2013). Una película sobre vampiros y la eternidad pero narrada a través del lente de Jim Jarmusch y con dos de los actores más cool que hay sobre la tierra: Tom Hiddleston y Tilda Swinton. Dos personajes que se mueven a través de los siglos por el mundo y lo que los alimenta, además de la sangre, es la cultura. Estos vampiros como seres inteligentes, refinados y que dominan las artes más allá de los deseos humanos. Una interesante reflexión sobre el paso del tiempo, la evolución de la sociedad impulsada por la cultura actual. Dos seres que viven uno de cada lado del mundo, adaptados a sus propios intereses (uno con la música, la otra con la literatura), y con una conexión sobrenatural que los reúne cuando uno de los dos no se encuentra bien. Sólo podemos sobrevivir a través del amor y el arte.

While we’re young (2014). Noah Baumbach contrapone a un matrimonio de varios años con una joven pareja hipster. Lo que parece ser la fórmula para una comedia de ridículas situaciones sobre las diferentes miradas que estas generaciones tienen sobre la vida y las cosas que los rodean en realidad termina siendo una reflexión sobre la noción de adulto. La clave quizás está en lo que su protagonista (interpretado por Ben Stiller) dice en algún momento: “Por primera vez dejé de verme como un niño imitando ser un adulto”. Qué significa entonces ser joven, es una de las preguntas que abre la película que a la larga, en su retrato de diferentes estilos de parejas, habla sobre la vida pasada y la que nos queda por delante: la nostalgia del pasado, la inestabilidad del presente y la incertidumbre del futuro.

Zama (2017). “A los que esperan” les dedicó Antonio de Benedetti su libro que terminó llegando al cine de la mano de Lucrecia Martel. Y es justamente eso lo que se retrata en esta historia: la espera. Un oficial que aguarda órdenes que definirán su destino y lo hace en un lugar que parece una especie de limbo, un mientras tanto que se alarga y se sigue alargando. “Ahí estábamos, por irnos y no”, escribe de Benedetto sobre ese tiempo muerto al que Martel le impone su estilo tan particular, evocador y extraño. El tiempo es el gran protagonista de esta historia que también presenta una mirada fresca sobre el colonialismo, pero es el tiempo quien a fuego lento modifica la actitud pasiva de su protagonista que, como todos, en algún momento se va a cansar.

A ghost story (2017). El limbo más devastador de todos lo filmó David Lowery. Esta película comienza con una joven pareja enamorada pero pronto él fallece en un accidente y ella (Rooney Mara, en una interpretación sublime) se queda sola en esa casa. En realidad no lo está y tampoco es ella la que se queda: quién si lo hace a lo largo de años, décadas, siglos, es el fantasma de la persona que falleció y no encontró la supuesta luz que indica el final del camino. De tiempos lentos y repetitivos que no llegan a transmitir todo lo que vive esa pobre alma en pena, una película inclasificable pero demoledora. ¿Qué queda cuando nada queda? La forma más aterradora de contar que no hay vida después de la muerte. La eternidad como esperar a alguien aunque al final ni siquiera te acuerdes a quién.