Reflexionar sobre la identidad articulada con el traje puede que sonar superfluo o redundante, igual vale la pena aclarar que la misma es producto de una sumatoria de hechos y consecuencias que conforman y transforman a los pueblos, su historia y entorno. Nuestro país, con su particular distribución política, posee una capital centralista y, como contrapunto, la vastedad territorial. Se confunde adentro / afuera, acá/allá, este lado/el otro, generando un sentimiento ambiguo, impreciso y periférico que nos da un sello de inestabilidad. Los límites se desdibujan, sumiéndonos en raptos melancólicos, ocultándose bajo una máscara de prepotencia y deseo de los modelos europeos. Podríamos incluso hacer un paralelismo en sentido metafórico del Paraíso Perdido (John Milton).
Volviendo sobre la identidad como se representa el vestir nacional, encontramos un mestizaje desde el gaucho, donde las prendas se conforman con una base simple y práctica que con el tiempo se fue adornando. Se tomaron prestadas tipológicas y tejidos adecuándose a siluetas europeas con una marcada impronta cristiana. Quizás fue producto de los prejuicios culturales, no se retomaron las formas ni los espléndidos accesorios de las originarias. Así fuimos construyendo nuestra identidad, con un centro lleno de diagonales y eclécticos edificios que con el tiempo poblaron gorriones con una periferia apocada y estigmatizada con vergüenza y suspirando constantemente por poder salir de ese lugar. Ese lugar que sumará silenciosamente, gran parte de una identidad que cuesta aceptar.
Este país se construyó con referentes indefinidos, como exportación de materias primas sin poder afianzar la producción local y la escasa protección a la producción industrial, con una artesanía local no apreciada y en muchas veces no visibilizada. Así mismo hizo un intento en pos de la nación y de la modernidad, un contra accionar, esto nos llevó a caer en una imagen ficticia mezclando la reina del plata con los arrabales y algo más.
Recién a finales del siglo XX esta identidad lentamente comenzará a ser revisada desde un pensamiento más inclusivo y las artes, articulando oficio, la industria textil, la costura y el diseño. Allá quedaron los maestros tejedores y los curtidores que serán un referente de creadores antropológicos de los 60 y 70, luego nuevamente desde el underground citadino da una chispa que mezcla arte, traje, conceptos, con manifestaciones estéticas. Lo periférico es invisibilizado, pero comenzará a asomarse en bienales y en lugares académicos, actores de origen diversos tuvieron legitimidad conformando un concepto de indumentaria, imagen e identidad local, sumado a capacitaciones territoriales. Estas herramientas nos dan la posibilidad. Todo es tan frágil en este momento; el mundo y nuestra identidad es conjuntamente como se debe intentar no ser disuelto. Esta pequeña y frágil identidad adquirida debe ser mantenida y expresada en todos los sentidos, el diseño de indumentaria local habla de nuestra cultura.
Por Lic. Jorge Moragues. (Director del Museo Nacional de la Historia del Traje). Fotografía: Vicki Otero por Agustina Gavagnin.
Este texto fue publicado en el fanzine N°2 de Crónicas de moda.